La imagen de nuestros Sagrados Titulares, en la advocación única de Virgen de las Angustias, es la obra más importante de Torcuato Ruiz del Peral, insigne escultor andaluz del siglo XVIII. Su autor parece haber querido resumir en ella todos los matices, todos los sentimientos y fervores de la escuela que con él se extingue y en este grupo funde los dos tipos que, aisladamente, con el característico sentido solitario de la escuela granadina, habían venido ejecutándose por sus predecesores. Los funde para darles mayor fuerza, en el trágico momento que la muerte ha prendido en uno de ellos y el dolor se hace carne en el otro; en ese trágico instante que precede a la divina soledad y en el que todavía la madre vive para la contemplación final del Hijo, en el último desbordamiento amoroso de entrega y posesión espiritual, sorpresa y angustia, desilusión y esperanza en su triunfo inmortal.
Aparece representada María sosteniendo en sus rodillas el cadáver de su Hijo. Magistral grupo escultórico de la Piedad, una de las mejores piezas escultóricas sobre el tema en España, inclina la cabeza de la Virgen hacia la derecha y dirige su mirada hacia el rostro de Cristo. Su bello rostro presenta los ojos de cristal, pestañas superiores de pelo natural, nariz alargada y labios cerrados, reflejando un dolor silente y recogido. Cinco lágrimas de cristal corren por sus mejillas, dos por la derecha y tres por la izquierda. La mano derecha sostiene la cabeza de Jesús mientras la izquierda se aferra a su mano derecha. La efigie es de talla completa, presentando la túnica y el manto esculpidos todo ello en madera de encina policromada en tonos jacinto y azul cobalto, respectivamente. Se exorna con corona de oro, rojo y blanco , cincelada por Moreno Romera (2000), y puñal de oro, plata y brillantes, de Villarreal (1979).
La frágil hechura cristífera, Nuestro Señor Jesucristo, muestra la cabeza ladeada hacia el lado derecho. Carece de potencias y corona de espinas. El dramático semblante ofrece los signos propios de una muerte violenta. Los ojos, semicerrados, son vítreos y las pestañas del párpado superior, de pelo natural. La nariz es aguileña y la boca, entreabierta, permite ver la dentadura tallada. La cabellera es larga y ondulada, y el brazo derecho del Varón se desploma elegantemente hacia el suelo. El sudario lo constituye un paño ancho e irregular que envuelve con varias vueltas la cintura de Jesús. Las piernas conservan cierta rigidez de la postura tomada en el madero. Su policromía es lívida, al igual que María, lo que hace destacar las heridas y cardenales repartidos por todo su cuerpo.